Hace un montón de tiempo que no escribo ni se sabe de mí en redes sociales. La verdad es que el año pasado acabé muy muy quemada y cansada. No llegaba a todo por más que me esforzara, así que decidí tomarme un tiempo de descanso.
No sé si después de este artículo habrá más de forma regular o simplemente escribiré cuando sienta la necesidad y vea que es posible para mí, equilibrando mis obligaciones y el estar con mi familia, que siempre ha sido una prioridad.
Deseaba contaros cómo era nuestro confinamiento aunque, la verdad, me da hasta vergüenza. Me siento una privilegiada porque en general, nuestra familia está bien de salud y podemos capear la situación económica, mucho más de lo que tienen otras familias.
La convivencia de las cuatro generaciones es mayoritariamente armoniosa. No formando parte de las actividades esenciales que precisan salir a trabajar, puedo estar en casa sin salir más que para lo más imprescindible y teletrabajar. Además, por la edad, mi tía y mi madre son personas de riesgo y deseamos minimizar las ocasiones de contagio.
¿Qué es lo que ha cambiado? Esencialmente, que pasamos, como todos los que conviven en un mismo espacio, las 24 horas del día juntos. Lo primero que notamos mi madre y yo era que mi tía estaba mucho más jovial y satisfecha de convivir con nosotros.
Ella es muy autónoma y desea más ayudar que ser ayudada, incluso ahora que se acerca al centenar de años. Venir a vivir con nosotros, sus tres generaciones de sobrinos y pasar a ser cuidada en lugar de cuidar, le ha resultado un duro golpe en su concepción de sí misma. Es una mujer activa, que hace ejercicio cada día, que lee, ve la televisión y escucha la radio. Está pues enterada totalmente de la realidad. Entiende perfectamente la gravedad de la situación y porqué hay confinamiento.
Salvo por el hecho de que no puede ir a la peluquería (¿os he dicho que mi tía es nuestra Ratita Presumida familiar?) nunca se ha quejado de estar encerrada en casa, al contrario. No obstante, una vez que mi madre sacó sus dotes para arreglarle el pelo, hasta esas quejas desaparecieron. Hace, además, la ronda telefónica de familiares y amigos, interesándose por todos y sirviendo de hilo que crea vínculos, a pesar de la distancia y el confinamiento.
El otro día, de hecho, tuvo la gran alegría de encontrar el número de una de sus amigas que se le había traspapelado tras su traslado a nuestra casa. Hacía por tanto, mucho tiempo que no sabía nada de ella, pues a mi tía no se le ocurrió darle además del número de teléfono fijo, el del móvil. Pasado el primer momento de ilusión, llamó con miedo en el cuerpo. Mientras sonaban los tonos de espera no pudo evitar preguntarse si no recibiría una mala noticia. Su amiga, aunque más joven, tiene graves problemas de salud. Habían muchas causas, a parte del Covid-19, para que ya no se encontrara en este mundo. No fue así, sin embargo. Su amiga estaba bien y la alegría de ambas fue inmensa. Tampoco ella vive sola, pues convive con su hija desde hace ya varios años.
Mi tía es consciente de la cantidad de personas mayores que están solas en casa y que sin poder salir ni ver a sus familiares ni amigos, se encuentran en una situación de desamparo. Hombres y mujeres que incluso mueren sin compañía ni nadie que les socorra porque no pueden acompañarlos en sus últimos momentos. Mi tía es consciente de lo afortunada que es. Con quien más disfruta es con el Lobato. Siempre ha existido una gran complicidad entre los dos, pasan horas hablando o simplemente mi tía lee mientras el Lobato juega con sus Lego o lee sus propios libros. Ahora han descubierto las visitas virtuales e igual visitan el museo del Prado que la Ciudad de las Ciencias.
A veces bromeamos que si los osos nos observaran, estarían cuanto menos, un poco desconcertados y es que con la primavera, los humanos de estas latitudes nos hemos puesto a invernar y aquí estamos, haciendo vida en terrazas y balcones, esperando que todo esto pase.